jeudi 3 juillet 2014

Recuerdos mundialistas: una página del 2010

Me dio rabia y frustración. Pero qué se le puede hacer. Quien no los hace los ve hacer. En el último minuto, a un tiro de doce pasos de dar un salto histórico, Asamoah Gyan, goleador de la selección Ghanesa flaqueó y su vida cambiará para siempre. Estoy seguro que ello no se resume a dos meses de pesadillas. No, este jugador del deporte más parecido a la vida que hay; y quizá por tanto más alejado de los ideales deportivos auténticos, nunca olvidará cómo falló ese tiro penal, con lo que abrió la puerta a Uruguay a la semifinal de la copa del mundo. Es probable que lo supere, si hace uso de esa fuerza enorme que podemos llegar a adquirir los seres humanos, pero aún entonces su vida se ha dividido en dos. En contraste, Suárez el atacante Uruguayo convertido en arquero de último segundo pasó de las lágrimas de amargura a lágrimas de júbilo. 

Muchos podrán decir que ésta es una de las cosas por las cuales detestan el fútbol, y la razón de la justicia de seguro los cobija. El fútbol no es acerca de justicia perfecta  y es ahí dónde mejor sirve de espejo de la realidad de la condición humana. Hay unas reglas que buscan favorecer la justa competencia, pero de manera paralela a la sociedad, tales leyes no son perfectas y  en consecuencia están sujetas a ser utilizadas para lo que podríamos llamar "malos propósitos" o "injusticia". A veces, como este caso el equipo más "vivo" o "marrullero" (recordar también el cabezazo de Zidane a Materazzi en el juego final de la pasada edición de la copa del mundo) es el que avanza y deja atrás al que todos percibían como justo vencedor. Los "villanos" pueden triunfar a pesar de nuestra indignación.

Muchos estarán de acuerdo que siempre el equipo que debe ganar es aquel que juega más bonito, se sacrifica en la cancha, deja hasta la última gota de sudor por la victoria. Sin embargo, cuando tal sacrificio no está acompañado de la eficicia para concretar las opciones de gol, entonces puede suceder, como lo es a menudo, que el rival anota y vence sin hacer tanto esfuerzo; ahí, el fútbol es cruel como la vida misma, pues muestra que lo que importa es la eficacia y no lo ideal (recuerdo, una vez más, Ghana - Uruguay por citar el más reciente ejemplo entre cientos de ellos). Incluso, en otras ocasiones, la justicia en el fútbol se oscurece por el metafísico concepto de la mala suerte. No debatiré yo la existencia o no de la suerte, pero sí es claro que en algunos partidos,  hasta los equipos más eficaces se ven frustrados porque en el último giro del balón éste termina estrellado contra un poste o se pasea de manera inexplicable frente a línea de meta sin entrar en la portería. Sí, ¡qué cruel es este juego de pelota!

Pero también hay juegos donde prima el equipo que más se esfuerza por ganar, que no para de luchar hasta el último minuto y consigue triunfar a pesar de la adversidad. Son aquellos partidos dramáticos, en los que al final una gran sonrisa inunda el alma de los espectadores, de los tocadores de vuvuzelas, de los hacedores de la ola, de los que gritan frente a un televisor. Y a veces, a pesar de que el resultado nos duela, porque nuestra selección se ve apabullada por un rival que ese día fue, a veces contra todo pronóstico muy superior, terminamos aplaudiendo al rival y con nobleza aceptando la derrota con un abrazo entre seres humanos (ejemplo,Colombia 5 - Argentina 0). Y cuando ésto sucede, el fútbol se aproxima a la vida ideal que todos soñamos, a la vida que todos anhelamos alcanzar. Pero no hay que olvidar el gran sacrificio que ello implica. Lo cierto es que una de las verdades más difíciles de comprender  es que lo más bonito y lo bueno de ella no se obtiene de manera gratuita. Que hay que luchar para alcanzarlo y tener entereza para no dejar que un corazón roto nos paralize y dejemos de avanzar.

El fútbol es el juego de los relativos, donde unas veces se gana contundentemente, otras se puede perder de manera lamentable, otras se puede ganar porque la suerte te sonríe y otras se pierde porque la suerte no te acompaña. Lo importante, como en la vida misma, es que se aprenda a levantarse del suelo, a entender que la vida no es perfecta, que la felicidad no es un sendero de sonrisas, sino uno en el que se tenga la capacidad de guardar la esperanza y construir caminos para salir siempre adelante sin dejarse caer en la amargura ni el resentimiento. Hasta que nuestra llama se extinga sobre este mundo, siempre deber haber espacio para soñar y, si sabemos combinar eso con algo de eficacia, salir adelante y lograr muchos de nuestros propósitos. No siempre se ganará, pero vale la pena jugar con todo el ánimo hasta el último segundo.

En twitter: @vigabalme

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