lundi 3 novembre 2014

La Rasquiñita


Cuando Nairo Quintana ganó la cronoescalada de Bassano del Grappa-Cima en la última edición del Giro d'Italia, el menudo y cobrizo titán del ciclismo colombiano declaró a la prensa internacional que él tenía que ganar esa etapa. En realidad, no era necesario pues su ventaja en la clasificación general de la competición era suficiente para conservar el liderato de manera, relativamente, cómoda. Sin embargo, le era indispensable demostrar que su conquista de la camiseta rosa de líder no había sido producto de alguna "viveza" de su parte. Nairo había recibido críticas por una supuesta violación del reglamento al no obedecer una señal de neutralización durante la etapa 16. Por ello, no con poco orgullo, aquel día de duro ascenso se desprendió de la rasquiñita que le produjeron tales críticas.

Cuando en 1993 Colombia goleó a Argentina en el estadio Monumental de River, estoy seguro que ninguno de nosotros; los que asistimos por televisión y los pocos compatriotas que allí estuvieron presentes, sintió pesar al ver que les marcábamos 5 goles al bicampeón del mundo. Por el contrario, presenciar como nuestra selección hacía ver rancio el tango argentino a punta de toques de balón se convirtió en símbolo histórico de que la albiceleste no podía seguir viéndonos como equipo de fútbol de patio. La superioridad de los chés quedó arrutanada en una esquina triste esa tarde de Septiembre.

Ahora que, con la distancia de los meses, rememoro el partido de cuartos de final de Colombia frente a Brasil, me sobrevive la misma rasquiñita de aquel día. Falló la templanza. El primer tiempo estuvo plagado del nerviosismo de nuestros jugadores; tanto así, que la deslucida seleçao brasileira brilló en los primeros 45 min. El segundo tiempo fue otra historia. Sin importar el resultado final, lo esencial, creo yo, es que sobreviva en el jugador nacional el sentimiento que hay que sacarse esa espina y que se es capaz de hacerlo. La rasquiñita que queda no se pasará hasta que no se derrumbe ese ídolo carioca y se dé paso a otro capítulo del fútbol nacional: ¡Ya se está escribiendo una nueva historia y el avenir pinta mejor que nunca antes!

La rasquiñita es, desde el punto de vista de este escrito, el preámbulo necesario para superar un desafío y se torna indispensable en la búsqueda de la superación. Por tanto, la rasquiñita a la que aquí se hace mención no es la misma del que abre una venta de empanadas frente a la de su vecino y, además, las vende a menor precio sólo para arruinarlo. Ni se trata tampoco de la rasquiña viral de los que en lugar de llamarle la atención de manera cordial pero firme al que se coló en la fila se ensañan contra él como si hubiera cometido un delito de lesa humanidad. No es tampoco la rasquiña asesina del que no duda en atentar contra la vida del prójimo porque no carga un peso en el bolsillo. Ni tampoco la rasquiña corrupta del político que sólo da importancia a aquello que le llena la casa de regalías mal habidas. De estas y otras rasquiñas enfermizas está plagada nuestra sociedad y por ello nos enfrascamos en no darle solución aún a problemas sociales similares a los de la Edad Media o de la antigua Roma.

¡Es indispensable despertar en nosotros la misma rasquiñita de Nairo! Aquella que nos pone a competir con los mejores; porque podemos ser los mejores. Las capacidades humanas no están circunscritas a un grupo étnico o civilización en particular. Antes de Europa, los Egipcios eran la sociedad más avanzada de aquella era. Luego fueron los Griegos y los Romanos. Y luego, cuando el oscuro manto monopólico de la iglesia cubrió Europa, fueron los Árabes quienes hicieron florecer el libre pensamiento, las artes y las ciencias. Luego, las guerras y el colonialismo terminaron inclinando la balanza al pragmático y eficaz modelo norteamericano. A presente, es el tigre mecánico chino el que parece abrirse paso. Así, las antorchas del progreso humano han pasado de un lugar a otro. Lugares en los que los complejos van quedando atrás y la gente se apropia de su destino.

Confieso que este rebuzno lo escribo ahora con menos pasión que en el momento en que se me vino a la cabeza; por allá en aquel 4 de Julio. Y que, en el camino, algunas ideas se diluyeron. Sin embargo, sobrevive en mí el sentimiento y la necesidad de decirle a cada niño que veo por ahí pateando un balón: ¡Ya está bueno con esos brasileños!, ¡Hay que ganarles y dejar de parecer sus hijos macos!, ¡Aquí también se puede ser el mejor!

P.S. Dejo este video con la narración argentina del 5 - 0. ¡Nótese la ardidez imperante de los narradores!




@vigabalme

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