Sábado 8:30 de la noche, Germán García y García -Gegar TV-, la extinta programadora del búho de neón, presentaba sus "Clásicos del Terror". La voz firme, profunda y bien articulada de Hernán Castrillón recibía al espectador y ambientaba la atmósfera lúgubre de las cintas que se exhibían a continuación. Debajo de la mesa del comedor estaba yo. Sin atreverme a ver, escuchaba encogido de miedo el relato del presentador y luego sacaba mi cabeza de debajo del mantel para ver la pantalla del televisor por unos instantes; justo antes de que apareciera el monstruo de la película; unas veces era Drácula, otras el Diablo y otras veces Frankenstein. A diferencia de Drácula y del Diablo, Frankenstein nunca me paralizó de miedo.
Mis confusos recuerdos de las citas con los Clásicos del Terror fueron rápidamente colonizados por la imagen de un monstruo bonachón y medio tonto, marido de una especie de vampiresa, Herman Munster:
Esta imagen popular y jocosa de Frankenstein persistió por años en mi imaginación y no fue sino hasta 1994 que descubrí la verdadera dimensión del monstruo, gracias a la sobrecogedora cinta de Kenneth Branagh: Mary Shelley's Frankenstein. Gracias a esta película, supe que Frankenstein es, de hecho, el científico Victor Frankenstein y no el monstruo. Más allá de ello, el monstruo de Frankenstein, interpretado de manera brillante por Robert de Niro, se confunde con su inventor en la búsqueda de su humanidad. De la impresión de una farsa caricaturesca, el monstruo y su creador se convirtieron en un único ser filosófico de dos caras de la humanidad.
La transformación de la trágica novela de la inglesa Mary Shelley de una profunda reflexión sobre la naturaleza de la vida, el conocimiento científico y la búsqueda de nuestra humanidad en una farsa cómica empezó a darse al poco tiempo de la publicación de la obra original.
La novela de Shelley, también llamada El Moderno Prometeo, fue publicada en 1818 en pleno auge de la revolución industrial. Inglaterra había derrotado a la Francia de Napoleón y Sir Humphry Davy encantaba al imperio Británico con sus demostraciones sobre el poder de la electricidad y su relación con la naciente rama de la ciencia llamada Química.
Sin embargo, ni Davy ni los demás científicos de la época habían podido definir qué es la electricidad. En el aire pululaban las especulaciones. En varios círculos científicos se había arraigado la idea que la electricidad estaba asociada con un cierto fluido vital.
En los "ranescos" experimentos del italiano Galvani, el científico cortaba las patas de una rana y las conectaba a una batería con lo cual éstas empezaban a contraerse y estirarse. Galvani asoció su descubrimiento a lo que él llamó: magnetismo animal. Una fuerza invisible inherente a los seres vivos que persiste más allá de su muerte. El magnetismo animal también fue defendido por el alemán Mesmer quien alegaba que era posible curar diversas enfermedades gracias al influjo de una fuerza vital transmitida, en un principio, por imanes y, luego, por él mismo. La explicación de Galvani sobre el origen de los retorcijones de las patas de los batracios fueron demostradas erradas por su paisano Volta, mientras que los tratamientos magnéticos de Mesmer fueron rechazados por la Académie des Sciences y la Académie Nationale de Médecine francesas. Sin embargo, estas ideas tomaron arraigo entre los denominados Vitalistas.
En la novela de Shelley, se representa la búsqueda intensa del hombre por dominar las fuerzas íntimas de la naturaleza. En su laboratorio sembrado de cadáveres desmembrados, el doctor (en medicina) Víctor Frankenstein intenta con pasión y energía obsesiva encontrar la manera de convertirse en el dios de la creación. Noche tras noche, día tras día, su obsesivo desvelo lo lleva a perfeccionar sus técnicas de cirujano para ensamblar las partes de un ser al cual él pueda inyectarle vida. El hombre es una máquina que puede ensamblarse a partir de sus partes y su vida se enciende gracias al fluido vital asociado con la electricidad. La consecución de su objetivo lo embarcará rumbo a la pérdida de su humanidad misma y, al tiempo, embarcará al lector en un viaje de descubrimiento sobre la evolución de nuestro carácter humano.
De manera más profunda, la convergencia de todas estas ideas llevarían a explorar preguntas gemelas de nuestra consciencia: ¿qué es la vida?, ¿de dónde viene?, ¿qué pasa al morir?
Es natural que estemos enamorados de la vida y que nos dé pavor la muerte. Roberto Gómez Bolaños, el genial Chespirito, ha dicho: la muerte es el acontecimiento futuro más importante*. Por ello, es natural sentir fascinación frente a esta parte fundamental de la vida. Sin embargo, tal fascinación puede llevar por los caminos del dogma y el misticismo.
Así como el género del terror se basa en la danza macabra de nuestros temores frente a la muerte para, unas veces, hacernos esconder bajo la mesa del comedor, la charlatanería y la superchería van de la mano del bolsillo de aquel que quiere explicaciones rápidas que satisfagan su anhelo de encontrar las llaves del reino del más allá. ¿No sería mucho más satisfactorio, primero, querido lector, definir qué es vida, antes de embarcarnos hacia la búsqueda de lo que está en el más allá?
*Chespirito sobre la muerte: http://www.youtube.com/watch?v=dpKSjkrgaH4
@vigabalme
Mis confusos recuerdos de las citas con los Clásicos del Terror fueron rápidamente colonizados por la imagen de un monstruo bonachón y medio tonto, marido de una especie de vampiresa, Herman Munster:
Esta imagen popular y jocosa de Frankenstein persistió por años en mi imaginación y no fue sino hasta 1994 que descubrí la verdadera dimensión del monstruo, gracias a la sobrecogedora cinta de Kenneth Branagh: Mary Shelley's Frankenstein. Gracias a esta película, supe que Frankenstein es, de hecho, el científico Victor Frankenstein y no el monstruo. Más allá de ello, el monstruo de Frankenstein, interpretado de manera brillante por Robert de Niro, se confunde con su inventor en la búsqueda de su humanidad. De la impresión de una farsa caricaturesca, el monstruo y su creador se convirtieron en un único ser filosófico de dos caras de la humanidad.
La transformación de la trágica novela de la inglesa Mary Shelley de una profunda reflexión sobre la naturaleza de la vida, el conocimiento científico y la búsqueda de nuestra humanidad en una farsa cómica empezó a darse al poco tiempo de la publicación de la obra original.
La novela de Shelley, también llamada El Moderno Prometeo, fue publicada en 1818 en pleno auge de la revolución industrial. Inglaterra había derrotado a la Francia de Napoleón y Sir Humphry Davy encantaba al imperio Británico con sus demostraciones sobre el poder de la electricidad y su relación con la naciente rama de la ciencia llamada Química.
Sin embargo, ni Davy ni los demás científicos de la época habían podido definir qué es la electricidad. En el aire pululaban las especulaciones. En varios círculos científicos se había arraigado la idea que la electricidad estaba asociada con un cierto fluido vital.
En los "ranescos" experimentos del italiano Galvani, el científico cortaba las patas de una rana y las conectaba a una batería con lo cual éstas empezaban a contraerse y estirarse. Galvani asoció su descubrimiento a lo que él llamó: magnetismo animal. Una fuerza invisible inherente a los seres vivos que persiste más allá de su muerte. El magnetismo animal también fue defendido por el alemán Mesmer quien alegaba que era posible curar diversas enfermedades gracias al influjo de una fuerza vital transmitida, en un principio, por imanes y, luego, por él mismo. La explicación de Galvani sobre el origen de los retorcijones de las patas de los batracios fueron demostradas erradas por su paisano Volta, mientras que los tratamientos magnéticos de Mesmer fueron rechazados por la Académie des Sciences y la Académie Nationale de Médecine francesas. Sin embargo, estas ideas tomaron arraigo entre los denominados Vitalistas.
En la novela de Shelley, se representa la búsqueda intensa del hombre por dominar las fuerzas íntimas de la naturaleza. En su laboratorio sembrado de cadáveres desmembrados, el doctor (en medicina) Víctor Frankenstein intenta con pasión y energía obsesiva encontrar la manera de convertirse en el dios de la creación. Noche tras noche, día tras día, su obsesivo desvelo lo lleva a perfeccionar sus técnicas de cirujano para ensamblar las partes de un ser al cual él pueda inyectarle vida. El hombre es una máquina que puede ensamblarse a partir de sus partes y su vida se enciende gracias al fluido vital asociado con la electricidad. La consecución de su objetivo lo embarcará rumbo a la pérdida de su humanidad misma y, al tiempo, embarcará al lector en un viaje de descubrimiento sobre la evolución de nuestro carácter humano.
De manera más profunda, la convergencia de todas estas ideas llevarían a explorar preguntas gemelas de nuestra consciencia: ¿qué es la vida?, ¿de dónde viene?, ¿qué pasa al morir?
Es natural que estemos enamorados de la vida y que nos dé pavor la muerte. Roberto Gómez Bolaños, el genial Chespirito, ha dicho: la muerte es el acontecimiento futuro más importante*. Por ello, es natural sentir fascinación frente a esta parte fundamental de la vida. Sin embargo, tal fascinación puede llevar por los caminos del dogma y el misticismo.
Así como el género del terror se basa en la danza macabra de nuestros temores frente a la muerte para, unas veces, hacernos esconder bajo la mesa del comedor, la charlatanería y la superchería van de la mano del bolsillo de aquel que quiere explicaciones rápidas que satisfagan su anhelo de encontrar las llaves del reino del más allá. ¿No sería mucho más satisfactorio, primero, querido lector, definir qué es vida, antes de embarcarnos hacia la búsqueda de lo que está en el más allá?
*Chespirito sobre la muerte: http://www.youtube.com/watch?v=dpKSjkrgaH4
@vigabalme